martes, 30 de enero de 2018

José ARREGI, teólogo hace un balance a los 65 años, extractamos y damos por separado el texto completo.

Volvamos a Arantzazu. A mis 19-20 años, en el primer curso, me costó enganchar con la teología. Había llegado de Olite bien preparado para un camino intelectual, psicológico y espiritual de ensanchamiento y liberación. Y, a través de muchas dudas y no pocas ambigüedades, fui entrando en el ambiente de pluralidad teológica efervescente de la época. Buscaba afanosamente "razones para creer". Leyendo, años después, un libro de Rahner (Cambio estructural de la Iglesia), que se había publicado en castellano por entonces, me encontré –gratificante confirmación– con una frase que habla de “la imposibilidad de evitar por completo que muchos cristianos y católicos que viven en su Iglesia y le dan importancia a ese hecho, debido al pluralismo intelectual y al exceso de contenidos conscientes, tengan opiniones que objetivamente son herejías”. Agudo y exacto Rahner, como siempre, aunque este autor me ha resultado a menudo demasiado escolástico y, a la hora de la verdad, demasiado tímido para romper con muchos esquemas tradicionales que considero insostenibles. Pero su mérito es inestimable. Él no buscaba tanto razones para creer, sino un lenguaje para decir la fe en su tiempo, que tal vez ya no es el nuestro.


Una conclusión abierta
Sigo caminando, consciente de estar cada vez más cerca de esa fase de la vida en que “Otro te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir”. Allí quisiera justamente querer ir; quisiera ir libremente adonde no quiero. ¿No es eso lo que la vida nos enseña en todo su transcurso? Cuando miro para atrás y considero los pequeños azares de mi vida y de mi humilde camino teológico”, es la sensación que me queda y va tomando cuerpo: Otro/a me llevaba desde el fondo de mí y de todo, a pesar de mí y de todo. Otro/a que es mi Mismidad más honda, el Misterio y el Ser más profundo de todo ser. La Presencia buena, la Compañía fiel en quien “vivimos, nos movemos y existimos”, que nosotros mismos debemos encarnar y ser hasta que Dios sea todo en todas las cosas.
La Creación sigue en marcha. No sabemos hacia dónde, pero también depende de nosotros, seres humanos todavía tan inhumanos. El Espíritu gime en el gemido de todos los seres. Sigamos caminando y conversando, recordando y soñando, hasta la plena liberación de todos los seres vivientes, hasta la plena creación que nunca se detendrá ni acabará, hasta la plena encarnación de “Dios”, Compasión creadora, Aliento vital o Ruah universal más allá de todas nuestras palabras. La santa Creatividad nos empuja y guía. Nos anima la confianza, más allá de toda imagen y certidumbre, de que la santa Memoria o el gran Recuerdo o el Corazón del cosmos guarda misteriosamente vivas, a través de todas las transformaciones, nuestras infinitas formas pasajeras. Vivimos en la gran Pascua o paso de la Resurrección universal incesante y eterna.
Entre luces y sombras, y aunque a veces me alcanza el desaliento a la vista de tanto dolor, camino feliz. Y sigo buscando sin pretender encontrar, pues no hay nada que encontrar. Todo ES, todo RESPIRA.


José Arregi

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