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Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33) NUESTROS MIEDOS
Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe
firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el
miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene
al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social,
nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos
atemoriza la
posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener
que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo
hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de
nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No
queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos
claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en
nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un
refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores.
Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los
cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente
a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de
los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es
la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad
y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a
superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de
Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No
encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida
problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la
comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de
Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino
alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
José Antonio Pagola
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