domingo, 9 de abril de 2017

EL REINADO de DIOS NO EXISTE, DIOS ES AMOR,. EL QUE AMA NO IMPONE. REINADOS = PODER Agustín CABRË nos ayuda a reflexionar

EL ANACRONICO REINADO DE DIOS.

En nuestro lenguaje cristiano estamos usando todavía eso del “reinado de Dios” gracias a la inercia de pensar, a la rutina de repetir y a la creencia generalizada de que todos somos súbditos de poderes superiores que dominan el universo.
Ese reinado de Dios se ubica en otra esfera, en otra dimensión, y nuestra historia está configurada a modo de corte real, como era en otros tiempos. Nuestro mundo pareciera depender de ese otro mundo que nos imaginamos debe ser parecido al nuestro: gobernado por un Patrón divino, lleno de poder, con una corte de servidores, lo que en el modo cristiano se traduce por santos y ángeles. Este Señor Todopoderoso dicta leyes y prescripciones, y con su mirada que todo lo ve, cuida que sus ordenanzas se cumplan. De lo contrario, puede indignarse y castigar.

La mala catequesis, las malas predicaciones y una doctrina que se expresa con categorías más viejas que el hilo negro, han derivado en creencias más cercanas a la herejía que al mensaje de Jesús de Nazaret.
La fe popular acepta sin chistar un mundo superior que está colocado «sobre» el nuestro, por eso se lo llama sobrenatural y también cielo, Ese ser todopoderoso recibe con agrado los ruegos, las oraciones, las plegarias- mientras más humildes, mejor- para poder sonreír y conceder favores. También recibe con agrado sacrificios y dones. Si se enoja, puede ser terrible en su ira. El espera que las creaturas haciendo buenas obras, puedan merecer recompensas celestiales.
El pensador jesuita (¡no podría ser de otro modo!) Leaners escribe en uno de sus textos:
-“A diferencia del Judaísmo y el Islam, religiones que se remontan hasta Abraham, el Cristianismo enseña que hace unos 2000 años, Jesús de Nazaret, revestido con poder y sabiduría divinos, Dios en forma humana, bajó de aquel otro mundo hasta nuestro planeta para volver al cielo después de su muerte y resurrección. Antes de su Ascensión a los cielos, instaló un vicario al que hizo partícipe de su poder total. Este poder se ha ido traspasando de vicario en vicario. Cada uno de estos sucesores inviste a los diversos miembros de la jerarquía eclesiástica en sus grados descendentes, con lo cual estos jefes subordinados quedan habilitados en derecho para dar órdenes. Gracias a su vinculación con el Dios Hombre, cada uno de los vicarios de Jesucristo se mantiene en estrecho contacto con ese mundo de Dios que todo lo sabe. Esa es la garantía con que cuenta la jerarquía de la iglesia para conocer, mejor que el pueblo fiel, lo que es verdadero, lo que es falso y lo que exige ese mundo de arriba. Esto significa, que la jerarquía eclesiástica cuenta con una autoridad divina y, por tanto, infalible, de magisterio”.
¡Demasido fácil esa explicación que denuncia Leaners, y, por eso mismo, demasiado burda!.
A estas alturas de la historia humana hay que decir que el tal reinado de Dios es una ficción. Dios no reina porque no es poder sino amor. Y el amor no se impone sino que se agradece, se vive y se comparte.
Lamentablemente en muchos de los textos de la liturgia y en la catequesis y las celebraciones de la fe, se le siguen atribuyendo a Dios unas categorías que hacen de él una caricatura. Cuando lo representemos como madre, estaremos en el camino correcto.

En nuestro lenguaje cristiano estamos usando todavía eso del “reinado de Dios” gracias a la inercia de pensar, a la rutina de repetir y a la creencia generalizada de que todos somos súbditos de poderes superiores que dominan el universo.
Ese reinado de Dios se ubica en otra esfera, en otra dimensión, y nuestra historia está configurada a modo de corte real, como era en otros tiempos. Nuestro mundo pareciera depender de ese otro mundo que nos imaginamos debe ser parecido al nuestro: gobernado por un Patrón divino, lleno de poder, con una corte de servidores, lo que en el modo cristiano se traduce por santos y ángeles. Este Señor Todopoderoso dicta leyes y prescripciones, y con su mirada que todo lo ve, cuida que sus ordenanzas se cumplan. De lo contrario, puede indignarse y castigar.
La mala catequesis, las malas predicaciones y una doctrina que se expresa con categorías más viejas que el hilo negro, han derivado en creencias más cercanas a la herejía que al mensaje de Jesús de Nazaret.
La fe popular acepta sin chistar un mundo superior que está colocado «sobre» el nuestro, por eso se lo llama sobrenatural y también cielo, Ese ser todopoderoso recibe con agrado los ruegos, las oraciones, las plegarias- mientras más humildes, mejor- para poder sonreír y conceder favores. También recibe con agrado sacrificios y dones. Si se enoja, puede ser terrible en su ira. El espera que las creaturas haciendo buenas obras, puedan merecer recompensas celestiales.
El pensador jesuita (¡no podría ser de otro modo!) Leaners escribe en uno de sus textos:
-“A diferencia del Judaísmo y el Islam, religiones que se remontan hasta Abraham, el Cristianismo enseña que hace unos 2000 años, Jesús de Nazaret, revestido con poder y sabiduría divinos, Dios en forma humana, bajó de aquel otro mundo hasta nuestro planeta para volver al cielo después de su muerte y resurrección. Antes de su Ascensión a los cielos, instaló un vicario al que hizo partícipe de su poder total. Este poder se ha ido traspasando de vicario en vicario. Cada uno de estos sucesores inviste a los diversos miembros de la jerarquía eclesiástica en sus grados descendentes, con lo cual estos jefes subordinados quedan habilitados en derecho para dar órdenes. Gracias a su vinculación con el Dios Hombre, cada uno de los vicarios de Jesucristo se mantiene en estrecho contacto con ese mundo de Dios que todo lo sabe. Esa es la garantía con que cuenta la jerarquía de la iglesia para conocer, mejor que el pueblo fiel, lo que es verdadero, lo que es falso y lo que exige ese mundo de arriba. Esto significa, que la jerarquía eclesiástica cuenta con una autoridad divina y, por tanto, infalible, de magisterio”.
¡Demasido fácil esa explicación que denuncia Leaners, y, por eso mismo, demasiado burda!.
A estas alturas de la historia humana hay que decir que el tal reinado de Dios es una ficción. Dios no reina porque no es poder sino amor. Y el amor no se impone sino que se agradece, se vive y se comparte.
Lamentablemente en muchos de los textos de la liturgia y en la catequesis y las celebraciones de la fe, se le siguen atribuyendo a Dios unas categorías que hacen de él una caricatura. Cuando lo representemos como madre, estaremos en el camino correcto.
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