domingo, 22 de enero de 2017

LOMEJORdelaSEMANA,según JuanCEJUDO ( III ) José ARREGI

.Para esta intervención me propusieron como título: “La Tierra es de Dios”1. Es un buen título: redondo, rotundo… y equívoco. Pero el ser equívoco lo hace mejor, pues provoca objeciones y suscita la reflexión. ¿Qué significa que la Tierra es de Dios¿Significa que Dios es el Gran Terrateniente, el soberano Propietario de toda la Tierra, el Creador omnipotente que con su designio inapelable rige la Tierra desde el Cielo? ¿O significa que la Tierra es objeto de elección y posesión única, o cuando menos especial, por parte de Dios, a diferencia de la Luna, Marte, Mercurio y el sol y las estrellas tan incontables y bellas, lo que haría a nuestro planeta el centro teológico del universo en expansión?

Por supuesto que no. Decir “Tierra” es decir esta parte infinitesimal de un universo infinito o al menos inmenso, polvo de estrellas antiguas y extintas, maravilloso y frágil planeta nuestro que nos engendra y que somos. Decir “Dios” es decir la Fuente, el Fondo, el Corazón misterioso de todo cuanto es, el Espíritu que vibra en la partícula del átomo y del universo entero, la Energía originaria que exista el movimiento, que hace que todo se expanda imparable en todos los sentidos y sea atraído irresistible por su propio centro. Decir que la Tierra es de Dios significa que todo en la tierra y en el cosmos es sagrado, sagrado simplemente porque ES, y está habitado por un misterioso dinamismo o posibilidad o creatividad que unos llaman Energía, otros Alma, Espíritu, Dios, Todo o Vacío…
Que la Tierra es de Dios significa que la creación sigue realizándose como una liturgia secular sagrada. Que la tierra es de Dios es una suprema advertencia contra el caos del exterminio en marcha. “Que la Tierra es de Dios significa que nadie es su dueño absoluto, que la Tierra es de todos los vivientes, que todo es en todo y que todo es de todos, sobre todo la Tierra madre que nos crea y que cultivamos y cuidamos para que nos siga creando. Que la Tierra es Dios significa que la Tierra y el Universo son cuerpo y templo de Dios o del Misterio que lo hace ser, sea cual fuere el nombre con que lo designamos. Que la Tierra es de Dios significa que Dios tampoco es ningún Dueño y Señor Supremo, sino el Espíritu, la Ruah que es en todo y en EL QUE / LA QUE todos los seres “vivimos, nos movemos y somos”.
Desarrollaré cada uno de estos aspectos.
1. La Tierra y el cosmos como gran liturgia
La expresión “La Tierra es de Dios” me lleva espontáneamente a los dos primeros capítulos del Génesis sobre la creación del mundo. Un texto espléndido, luminoso. Como poema o mito que es, no describe algo que sucedió hace mucho tiempo, ni explica cuándo ni cómo empezó a existir el mundo. No narra lo que pasó en otro tiempo, sino lo que tiene lugar hoy. Nos invitan a abrir los ojos y a mirar, admirar, amar, cuidar lo que es, que es lo que somos. La Tierra nos alberga en su seno, el firmamento alberga a la Tierra y a nosotros en ella. Pero vemos tanto dolor… ¿Algo, Alguien nos protege?
Me fijaré un momento en el primer relato: Gn 1,1-2,4. Describe la creación del mundo como una liturgia cósmica. Pero una liturgia que rompe y trasciende el esquema dualista “sagrado-profano”. No hay todavía un espacio ni tiempo sagrado diferente de un espacio y tiempo profanos. El Espíritu divino lo envuelve, habita, alienta cuanto es en el origen sin pasado ni presente. El Espíritu no separa ni define, sino fecunda, relaciona, de lo que ya es hace que emerja lo que aún no es. El Espíritu no se opone a materia, sino que la vuelve matriz, energía creada y creadora a la vez. La creación misma, el despliegue de los seres, es el culto verdadero. Un culto creador de una Tierra sagrada.
Hoy estamos redescubriendo esta sacralidad de lo secular o de lo mundano (saeculum en latín quiere decir “siglo”, pero también “mundo”). “Lo secular se ha vuelto sagrado”, como decía Panikkar. Y también: “La geología es teología”. Las religiones son constructos humanos, pero antes de toda religión y constructo mental, el mundo es. “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”. “Al principio” es hoy. La creación tiene lugar hoy. La creación no tuvo lugar en un pasado remoto. Tiene lugar siempre, desde siempre y hasta siempre. El principio de la creación es la Presencia eterna aquí y ahora. El sol alumbra de día, la luna de noche. Vuelve la primavera después del invierno. Todo es como un milagro. Que seamos es un milagro, a pesar de todos los horrores. Todo podría resplandecer como un milagro divino, si no existieran los horrores. La creación no es un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado, sino hoy y aquí, en todo instante y lugar, en todo lo que es. Todos nosotros somos fruto y actores de esa creación en marcha. La creación es esa energía originaria, fuente de toda energía física, que trasciende y habita todo tiempo y espacio, que nos hace ser con todo lo que es. Es la energía originaria que hace que todo esté siendo creado y a la vez creador. Nada se crea sino a través de la propia realidad. ¿Eterna realidad creada y creadora?
A ese milagro real y abierto, posible, nos remite el mito del Génesis y lo describe como una ceremonia solemne y bella hecha de palabra y acción, de presencia y de promesa.
La tierra en el Cosmos, la vida de los vivientes, el ser de todos los seres es la liturgia primordial, el culto y la oración originaria, sin necesidad de templos ni de libros, ni sacerdotes ni dioses. “Dijo Dios”, “Dijo Dios”, “Dijo Dios…”, se repite hasta ocho veces. “Dios” crea el mundo como un poeta su poema (poiein significa “hacer”, “crear”). El cosmos es poema, el poema es creador. Dios es el Poeta y el Poema del mundo. Si supiéramos escuchar la voz del viento o el canto de un pájaro, escucharíamos lo indecible; si supiéramos mirar una flor que brota o una hoja que cae, veríamos lo Invisible. El cosmos inmenso que desconocemos, la Tierra madre que nos engendra, sostiene y alimenta es el gran libro de la “revelación”. Todas las “revelaciones” religiosas son apenas unas pobres notas marginales que nosotros escribimos en la creación abierta de la que somos formas pasajeras (¿o tal vez eternas, como el Espíritu, en el corazón de lo que “pasa” de una forma a otra?).
“Pasó una mañana, pasó una tarde”. Es el ritmo litúrgico de la oración. Es como si dijera: “Oración de la mañana, oración de la tarde”. Hora de Laudes, Hora de Vísperas. Pero orar no es sobre todo recitar oraciones, ni dialogar con una divinidad frente al orante. Orar es sobre todo dejar que se exprese nuestro ser más profundo. La oración no es una actividad separada, sino la expresión del ser de cuanto es. La creación es la manifestación del Espíritu creador en el corazón de la Tierra y de toda la realidad. Orar es ser y crear en la comunión de todos los seres. La creación es oración. La oración es creación. La Tierra ora creándose. Cada día y cada noche somos creados y somos creadores: todo es oración.
“Pasó una mañana, pasó una tarde”. Y así toda la semana, que culmina en el sábado, el séptimo día, el día del descanso, el día especial de culto. “Cuando llegó el día séptimo, Dios había terminado su obra, y descansó” (Gn 2,3). El descanso corona la creación. En el descanso alcanza todos los seres su plenitud de ser, su plena oración. El descanso de la Tierra y de todos los seres es el culto en Espíritu y verdad. El sábado es el día del culto y del descanso. Descansar y respirar es cultivar la vida y la creatividad, y así damos culto a Dios, el misterio del Respiro y el Descanso, la Anchura y la Comunión de la Vida. La Gloria de Dios es que las criaturas agobiadas respiren y vivan, que los seres humanos y todos los seres oprimidos sean liberados. Todas las criaturas necesitamos celebrar cada semana un día de fiesta o de descanso, para disfrutar y reparar nuestras energías vitales. El sábado es el día último, o el primero, el día de fiesta, el día por antonomasia, el día en que volvemos a creer en la vida y a recrearla. No solamente de acción en acción, sino también de sábado en sábado, de descanso en descanso, somos creadas/os y vamos creando.
Así somos Tierra de Dios, creada y creadora. Somos Adán (adamá, “tierra”). Somos Eva (“viviente”, “vida”, relación, cuidado, atención). Somos humanos si nos sabemos y somos humus. Somos hermanos si somos humildes como la tierra y el agua. El ser humano es también relación, comunión: Adán y Eva. Adán significa tierra y Eva significa vida. El ser humano es tierra, es humus, y solo es cuando se sabe hecho de humus común y se hace humilde. Humus, humano, humilde. Hermano.
Todos los seres –desde las partículas atómicas hasta la Tierra Madre y las galaxias en expansión, todos los seres en rotación y relación– están siendo creados y creadores sin cesar. Todos los seres formamos parte de la misma liturgia, somos la misma oración cósmica, el mismo poema divino. Somos la misma creación. Estamos creados por el mismo aliento y la misma palabra. Estamos hechos de la misma tierra. Somos una única comunidad de vivientes en la Comunión de la Vida, en la Relación universal infinita desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande. Ahí resplandece la gloria de Dios. Toda la tierra, el cosmos entero se convierte en un inmenso templo sin puertas ni muros. “La tierra es un vaso sagrado” (Dao De Jing). Todo es milagro cada día.
Por eso es tan difícil entender cómo la codicia, la envidia, el odio, el miedo han vuelto inhabitable la Tierra nuestra casa común, cuán enorme y pavorosa es la injusticia, la desigualdad, la opresión entre los seres humanos, cómo nos hemos vuelto los grandes destructores de la vasija sagrada del que formamos parte, cómo nos hemos deshumanizado los seres humanos y cómo hemos desterrado la Tierra.
2. La contraliturgia o el antigénesis de la posesión y del dominio
“La tierra es de Dios” no dice propiamente de quién es la tierra, sino de quién no es. No significa tanto que sea de Dios, sino que no es del ser humano. La afirmación desautoriza la lógica de la posesión, y nos remite a la lógica del don. Dios significa donante, don, donación. La reverencia, la relación, la comunión son creadores. El dominio y la voluntad de posesión son destructores.
Pero en el texto del Génesis encontramos unas palabras inquietantes que parecen contradecir todo lo que llevo dicho: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1,28), dice Dios a Adán y Eva. Algo parece romperse. Esas duras palabras, puestas en boca de Dios, se escribieron hace unos 2.500 años. El ser humano aparece ahí como centro y corona de la creación, como señor y destinatario la tierra, que es a su vez centro del universo. Todo es para vosotros: dominadlo, sometedlo. De ahí la acusación que se ha dirigido contra esta tradición bíblica: el pensamiento judaico-cristiano inspirado en Génesis 1,28, habría favorecido la destrucción de la Naturaleza. El proceso empezó con el discurso pronunciado por Lynn White ante la Asociación americana para el avance de las ciencias en 1966, discurso publicado tres meses después por la revista Science.
Efectivamente, toda la tradición bíblica está dominada por estaba perspectiva antropocéntrica. El ser humano sería la meta, el sentido, el destino de la creación entera, de la Tierra y del universo. Otro constructo humano puesto en la boca y el pensamiento de “Dios”. El ser humano es la imagen de Dios, dice el Génesis, pero Dios resulta ser a menudo una imagen del ser humano que quisiera dominarlo y poseerlo todo. El árbol de la vida y del bien y del mal aparecen apetitosos: “Si os apoderáis, seréis como dioses”.
El Génesis, en los geniales mitos narrados entre los capítulos 3 y 11, describe también el antigénesis o la antiespiritualidad. Adán-tierra-humus y Eva-la-Viviente, la madre de la vida, se adueñan de la vida y se erigen en criterio del bien y del mal. Pero donde hay dominio y posesión no hay comunión. Donde hay dominio y posesión no hay creación, sino destrucción. Así es como el ser humano se convierte en maldición de la Tierra: “Será maldita por tu causa”. El ser humano se convierte en dictador de la tierra, el hermano mata al hermano, se alzan torres para conquistar el cielo, estallan guerras, se levantan imperios que dominan a los pobres.
Es el antigénesis. Podemos traer aquí el conocido texto anónimo llamado así, “Antigénesis”:
La tierra era bella y fértil,
la luz brillaba en las montañas y en los mares,
y el Espíritu de Dios llenaba el universo…
pero al fin el hombre acabó con el cielo y con la tierra.
El hombre dijo:
– Que posea yo todo el poder en el cielo y en la tierra.
Y vio que el poder era bueno.
Y puso el nombre de sensatos a los que tenían el poder,
y llamó desgraciados a los que buscaban la reconciliación.
Así fue el sexto día antes del fin.
El hombre dijo:
– Que haya una gran división entre los hombres:
que se pongan de un lado los que están a mi favor
y del otro los que están en contra de mí.
Y hubo Buenos y Malos.
Así fue el quinto día antes del fin.
El hombre dijo:
– Reunamos nuestras fortunas todas en un lugar
Y creemos instrumentos para defendernos:
la Televisión para controlar el espíritu de los hombres,
los anuncios para doblegar la libertad de los hombres.
Y el mundo quedó dividido en dos bloques desiguales:
el más pequeño borracho de consumo
y el grande, desgarrado en la miseria.
Y dijo el hombre aún:
– ¿Para qué tanta hierba verde inútil sobre la tierra?
Llovió el hombre lluvia ácida,
y especulo después con cada trozo de tierra yerma
y los animales empezaron a agonizar errantes sin la hierba.
Así sucedió el cuarto día antes del fin.
Y dijo el hombre:
– Que haya una censura para la verdad
No vaya a ser que crezca sobre la tierra.
Y así fue: el hombre creó dos grandes instituciones de censura:
Una para ocultar la verdad a los demás.
Y la otra, par defenderse de la propia verdad.
Y el hombre lo vio y lo encontró normal.
Y llegó así el tercer día antes del fin.
Y dijo el hombre:
– Fabriquemos armas que puedan destruir grandes multitudes,
miles y miles a distancia.
Y creó los submarinos nucleares que surcan los mares
y los misiles que surcan el firmamento.
Y el hombre lo vio y se enorgulleció y les dijo:
“Sed numerosos y grandes sobre la tierra,
llenad las aguas del mar y los espacios celestes.
Multiplicaos”.
Y creó el hombre mil formas más de violencia,
estruendosas o sutiles.
Así fue el segundo día antes del fin.
Y dijo el hombre
– Hagamos a Dos a nuestra imagen y semejanza:
que actúe como actuamos nosotros.
que piense como pensamos nosotros,
que quiera lo que queramos nosotros,
que mate como matamos nosotros.
Y el hombre creó a un Dios a su medida.
Y lo bendijo diciendo:
“Muéstrate a nosotros y pon la tierra a nuestros pies.
Si haces siempre nuestra propia voluntad,
No te faltará culto, ni fiestas en tu honor”.
Y así fue.
Y el hombre vio todo lo que había hecho y estaba muy satisfecho de todo ello.
Así fue el día antes del fin.
De pronto, se produjo un gran terremoto en toda la superficie de la tierra
y el hombre y todo lo que había hecho dejaron de existir.
Así acabo el hombre con el cielo y con la tierra.
La tierra volvió a ser un mundo vacío y sin orden;
toda la superficie del océano se cubrió de oscuridad.
Todo eso es lo que cuentan los mitos de la caída (Gn 3), de Caín y Abel (Gn 4), del gran Diluvio (Gn 6-8), de la torre de Babel (Gn 11). Me fijaré en el relato bíblico de Caín y Abel, pues creo que tiene que ver especialmente con que la tierra sea o no sea realmente de Dios.
¿Por qué mata Caín a Abel? Por odio y celos, se nos dice. ¿Pero por qué Caín odia y envidia a su hermano Abel? Porque Dios aceptaba los sacrificios animales de Abel, pero rechazaba las ofrendas vegetales de Caín. “Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo” (Gn 4,5). ¿Pero por qué a Dios le agrada la grasa animal y le repugnan los vegetales? Nos son más fáciles de entender los celos de Caín que los antojos de Dios. Ahora bien, en éste como en otros muchos relatos bíblicos, por ejemplo en el de la serpiente tentadora creada por Dios, señalar a Dios mismo como último responsable de los crímenes humanos equivale a descargar al ser humano de la responsabilidad última o de la culpa absoluta. Cuando el texto remite a Dios como último responsable, es como si dijera a los lectores: “No sigáis por ahí, no os detengáis demasiado en las hipótesis explicativas y menos aun en la búsqueda del culpable. Mirad los hechos, y tratad de evitarlos. Miraos a vosotros mismos y enmendad en vosotros la conducta de Caín, y desechad también, desechad sobre todo, la imagen tan humana de un Dios arbitrario o de un Dios que requiere sacrificios, templos, cleros, ritos o dogmas”.
¿Dónde habremos, pues, de buscar? La clave la tenemos en el v. 2, justo al comienzo del relato: “Abel se hizo pastor, y Caín agricultor” (Gn 4,2). Es la historia de la lucha entre pastores y agricultores. Se trata del choque de dos civilizaciones, de dos modos de vida, y el relato no oculta su preferencia por el primero de ellos, el de Abel, el modelo de vida pastoril. Y apela a Dios para justificarlo, como si nos dijera: “Dios prefiere el régimen pastoril más bien que el régimen agrario”.
Al mito subyace sin duda la apuesta del pastoreo nómada sobre la agricultura sedentaria. Pero se puede entender que el debate de fondo es la posesión de la tierra, el uso de la tierra en propiedad. Ése es el fondo del relato de Caín y Abel, y sigue siendo válido hoy, no como defensa de un sistema de vida sobre otro, sino como advertencia contra la posesión exclusiva de la tierra. Los pastores, en un tiempo, eran nómadas, iban de un lugar a otro, no tomaban ningún territorio en posesión para sí. En ese sentido pueden ilustrar la afirmación de que nadie debe erigirse en dueño absoluto de la tierra. La tierra es de todos.
La posesión de la tierra en propiedad empezó justamente con la revolución agrícola, que según los datos conocidos surgió en Mesopotamia hace unos 10.000 años (poco después vino la domesticación de animales y el pastoreo, si bien el pastoreo trashumante ha permanecido en algunas regiones hasta hoy). La agricultura trajo consigo la sedentarización y la construcción de ciudades, la multiplicación de los alimentos y su almacenamiento, el aumento de la población y la especialización de los oficios, la complejización de la sociedad y su organización jerárquica, la patriarcalización de la sociedad y el nacimiento de religiones clericales patriarcales. En una palabra, con la posesión y el dominio de la tierra llegaron también la lucha por la tierra, los reinos, los imperios, la sumisión de unos pueblos por otros, y la estratificación social, la subordinación de unos a otros, la división de la sociedad en señores y esclavos. “Cuando los seres humanos se hicieron señores de la tierra, se volvieron esclavos los unos de los otros”, se ha dicho con razón.
Y si de la especie humana extendemos la mirada a las otras especies animales y vegetales, el balance de la revolución agrícola es terrible: la destrucción sin piedad de todas aquellas especies que directa o indirectamente amenazaban la codicia, la soberanía y los intereses humanos. ¿Significa que la agricultura fue más exterminadora que la ganadería y el pastoreo? No es eso. El mito de Caín y Abel está del lado de los pastores, pero en realidad ambos sistemas de vida y de producción –la agricultura y el pastoreo – son coetáneos y convivieron, no sin tensiones a menudo, como sucede también hoy. Ambos conjuntamente significaron el exterminio de innumerables especies vivientes, y una inmensa desgracia sin retorno para innumerables individuos de la propia especie humana.
Nadie piense que estoy idealizando la época de los cazadores-recolectores.
La violencia entre unos y otros, las guerras tribales, el extermino de otras especies no empezó, ni de lejos, con la revolución agraria. “El instante en que el cazador-recolector puso el pie sobre una playa australiana [sucedió hace 45.000 años] fue el momento en que el Homo Sapiens se izó al escalón superior de la cadena alimentaria y sobre un bloque continental particular; luego se convirtió en la especie más temible en los anales del planeta Tierra”2. En los árboles de Australia se movían enormes koalas, y sobre la tierra corrían aves dos veces más grandes que los avestruces; lagartos dragones y serpientes de cinco metros se arrastraban en la estepa; canguros gigantes de dos metros por 200 kilos y un león marsupial tan grande como un tigre moderno, y el marsupial diprotodón de dos toneladas y media. En algunos miles de años, veinticuatro de veinticinco especies de animales australianos (90%) de más de 50 o más kilos se extinguieron. No pudo deberse al mero cambio climático, pues éste afecta por igual a las criaturas marinas, mientras que no tenemos ninguna constancia de desaparición de fauna marina australiana.
Hay pruebas de que cada colonización de un nuevo territorio por los cazadores-recolectores de la especie Sapiens ha ido acompañada por la destrucción masiva de la gran fauna (principalmente a través de la caza y del fuego). La llegada de los maoríes a Nueva Zelanda hace 800 años acarreó en dos siglos la desaparición de la mayor parte de la megafauna local así como del 60% de las especies de pájaros locales. La extensión de la especie humana por Eurasia (y luego en América) hizo que hace 10.000 años desaparecieron todos los mamuts, fuera de alguna isla ártica como Wrangel. En cuanto llegó la especie humana a esa isla hace 4000 años desaparecieron los mamuts.
La llegada del Homo Sapiens a América (hace unos 12.000 años) fue igualmente sangrante: mamuts y mastodontes,, roedores del tamaño de un oso, manadas de caballo y camellos, leones gigantes y docenas de especies de grandes animales, como los terribles gatos con dientes de cimitarra y unos perezosos que pesaban hasta 8 toneladas y alcanzaban seis metros de altura… la mayor parte de estas especies únicas desaparecieron 2000 años después de la llegada de los humanos. En la isla de Madagascar había aparecido un abanico único de animales, como el pájaro más grande del mundo, el pájaro-elefante, incapaz de volar, de tres metros de altura y media tonelada de peso: desapareció súbitamente hace 1500 años, justo cuando los primeros humanos pusieron el pie sobre la isla. Yuval Noah Harari afirma: “La primera ola de colonización Sapiens ha sido una de las catástrofes más amplias y rápidas que hayan jamás alcanzado al reino animal (…) El Homo Sapiens provocó la extinción de la mitad de los grandes animales del planeta mucho antes de que la especie humana hubiera inventado la rueda, la escritura o las herramientas de hierro (…). Esta tragedia ecológica se ha vuelto a dar en miniatura innumerables veces después de la revolución agrícola”3.
La revolución agrícola significó la segunda oleada de extinción. Se ha dicho que la revolución agrícola fue un gran salto adelante para la humanidad. Sin duda, trajo consigo grandes ventajas para los primeros cultivadores: la vida en aldeas conllevaba mayor protección contra las bestias, la lluvia, el frío, etc…
Los alimentos aumentaron, pero no necesariamente la alimentación, que se volvió mucho menos variada y pobre en vitaminas y proteínas. La población conoció una explosión demográfica, los seres humanos ocuparon cada vez más territorio, su poder se multiplicó. Pero fue la especie la que ganó, no los individuos. La sociedad se fue jerarquizando (y patriarcalizando) progresivamente patriarcalizando. Cuando los seres se hicieron dueños de la tierra, se volvieron eslavos unos de otros. Cuanto más se ha desarrollado y extendido el sistema agrícola, más han aumentado sobre la tierra la enemistad, la lucha, la guerra y el asesinato de los hermanos entre sí. “La revolución agrícola industrial ha sido el mayor timo de la historia”, escribe Yuval Noah Harari4. Hay una imagen que lo ilustra mejor que todos los discursos: la pintura de una tumba egipcia de aproximadamente 1200 a.C. donde se ve a un labrador arando la tierra; dos bueyes azuzados por el labrador con una vara tiran del arado, mientras el labrador está encorvado sobre el arado. He ahí el progreso. He ahí la inteligencia.
En cuanto a las demás especies animales, y en concreto para los animales domesticados, ¿qué significó para ellos ese “salto adelante” de la especie Sapiens? “Para la inmensa mayoría de los animales domésticos, la revolución agrícola fue una terrible catástrofe”5. En cocnlusión: “Entre las criaturas más grandes del mundo, los únicos supervivientes del diluvio humano son los propios seres humanos y los animales de establo reducidos a esclavos de galeras”6. I. Peter Singer no duda en afirmar: “En su comportamiento hacia otras criaturas, todos los humanos son nazis”.
La tercera gran extinción, hoy todavía en curso, por parte del Sapiens se puso en marcha con la revolución industrial. El crecimiento demográfico es uno de los factores decisivos. En 1900, la humanidad contaba con mil millones de habitantes; en 1950, con dos mil millones; al comenzar el nuevo milenio, la cifra ascendía a seis mil millones. Si las predicciones se mantienen, para el año 2030, habrá en el planeta diez mil millones de personas. En 80 año, la población se habrá multiplicado por 8. La incidencia del ser humano está siendo mortífera para la Tierra: en el último cuarto de siglo XX, se extinguió el 10 % de todas las especies vivas. El Consejo Mundial de las Iglesias escribió: “El lúgubre signo de nuestro tiempo es un planeta que peligra en nuestras manos”7. Y es patente que hay una profunda interconexión entre la injusticia social planetaria y la devastación ecológica: cada año mueren de hambre 9 millones de seres humanos.
La lógica de la posesión y del dominio nos ha traído hasta aquí. El relato de Caín denuncia con razón, aunque veladamente, en la figura de Caín, los males ligados a la lógica, antigua y sobre todo nueva, del dominio, la posesión y la explotación abusiva de la tierra. Describe lo que ha pasado siempre y sobre todo lo que pasa hoy. La agricultura extensiva, la lucha por el agua, la política de precios de los productos alimentarios, la lógica económica del lucro es asesina en masa. No podemos borrar el pasado, pero podemos revertir la historia, si todos nos ponemos de acuerdo para implantar unas instituciones de fraternidad-sororidad universal.
No somos los dueños de la Tierra. En el año 1854 el jefe indio Noah Sealth respondió de una forma muy especial a la propuesta del presidente Franklin Pierce para crear una reserva india y acabar con los enfrentamientos entre indios y blancos. Suponía el despojo de las tierras indias. En el año 1855 se firmó el tratado de Point Elliot, con el que se consumaba el despojo de las tierras a los nativos americanos.
“El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra. (…) Vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego. Pero… ¿Quién se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos? (…).
“Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles lleva los recuerdos del hombre rojo. (…).
“Somos una parte de esta tierra como ella forma parte de nosotros; la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso del potro y del hombre… todos pertenecen a la misma familia. (…).
“¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desaparecieran el hombre también moriría en la soledad de su espíritu. Lo que le suceda a los animales tarde o temprano le sucederá también al hombre. Todas las cosas están estrechamente unidas (…). Lo que le ocurre a la Tierra también le ocurre a los hijos de la Tierra (…). Nosotros sabemos que la tierra no pertenece al hombre, que es el hombre el que pertenece a la Tierra. Lo sabemos muy bien, Todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. El hombre no creó la trama de la vida, es sólo una fibra de la misma”.

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