Los
suyos seguimos sin recibirle (Salmo 117)
Jesús
predicó la Buena Noticia
de
la liberación para su pueblo,
pero
los poderosos, los sumos sacerdotes
y
los maestros de la Ley,
lo
consideraron un peligro para su nación
y
decidieron asesinarlo.
Ese
mismo Evangelio de plenitud,
de
luz y de pleno sentido para la vida,
continuamos
sin aceptarlo hoy,
principalmente
quienes nos consideramos
sus
seguidores, los que anunciamos
a
bombo y platillo que el Hijo de Dios
es
nuestro ideal y nuestro camino.
La
piedra que un día despreciaron
los
arquitectos de Israel,
debería
ser la piedra angular
de
nuestro edificio espiritual y vital,
pero
desgraciadamente no es así.
Jesús
realizó un sinnúmero de signos
que
hacían patente la presencia de Dios,
en
favor de los más débiles y excluidos.
Hoy,
la misma vida de Jesús,
nos
invita a realizar milagros cotidianos
para
demostrar que el Reino de Dios,
ese
otro mundo posible tan anhelado,
está
en germen en nuestro mundo,
más
aún, dentro de cada uno de nosotros.
Jesús,
concédenos de nuevo tu liberación,
regálanos
la prosperidad de quien
parte
y reparte con los demás
su
existencia por mejorar nuestra tierra.
Porque
la generosidad es lo que
da
consistencia y verdad a toda una vida.
Bendito
tú, que llegaste y llegas hoy
en
nombre de Dios, tu Abbá querido.
Te
damos gracias por tu vida y entrega,
por
el ejemplo de tus manos y tu corazón,
por
el fuego que prendiste
y
del que aún quedan las ascuas encendidas
en
tantos hombres y mujeres de buena voluntad.
Tú
nos sigues llamando en nuestros días,
desde
nuestro hondón personal
y
desde el grito, las luchas y las esperanzas
de
las víctimas del mundo.
Te
dará siempre gracias,
porque
tu bondad me persigue como una ola,
porque
tu misericordia continúa
seduciéndome
para que rompa las cadenas
del miedo y la
desesperanza.
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