"ERA UN SAMARITANO"
Partimos de la vida.-
Cuántas veces afloran en nuestras
conversaciones afirmaciones como ésta: "Uy!...yo
conozco a esa persona; es un tipo extraordinario; "buena gente" -
como se dice -; simpático, trabajador, responsable, muy leal, pero... tiene tal
problema!". Ese "pero"
empaña su vida, la enturbia, la empobrece; es como un "estigma"
que lo marca irremediablemente; nunca se
lo nombra, pero está allí, como una mampara que crea ese cerco misterioso, que
lo separa, que lo aísla. Ese
"pero" pone en "entredicho" todo lo que opinamos de
positivo sobre esa persona.
Cada uno de nosotros también tenemos
ese "pero", que a veces pesa tanto en nuestra mochila, nos frena en el camino y nos impide sentirnos
felices. Cada uno sabrá ponerle nombre a ese "pero", a esa realidad o situación, que nos acompaña
como una "sombra maligna" y
nos condiciona desde lo más hondo. Será mi carácter; ese defecto o inclinación
que solo yo conozco; tal limitación
física; un hecho de nuestro pasado que
estropeó nuestra vida; aquel drama familiar que invadió nuestra existencia,
cambiándola radicalmente; aquel accidente o enfermedad, "que nadie quiso para mí y que me llegó mezclada con la vida"...
Nos dejamos
iluminar por la Palabra.-
Naamán era un poderoso general sirio...
"pero" tenía lepra (1ª
Lect. 2 Reyes 5,14-17); pero además
era un pagano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido y, por lo mismo,
estaba excluido de los beneficios de la salvación.
Con el Salmo 97, hemos proclamado: "El Señor revela a las naciones su
salvación"; una salvación que no es exclusiva de Israel y que rompe
con los criterios excluyentes que imperaban con respecto a los paganos. Se
trata de una salvación que no conoce diferencias de razas ni fronteras; una
salvación que, en este caso, llega a quien confió en la palabra del profeta y "bajó al Jordán y se bañó siete veces",
como él le había ordenado. Naamán tenía lepra, pero también tenía la capacidad de abrirse a la acción de Dios
que cura, libera y salva, por extraño o
sorprendente que sea su modo de manifestarse.
El relato del Evangelio (Lucas 17,
11-19) sintoniza mucho con la experiencia de fe vivida por Naamán. Aquí, son
diez los leprosos que piden a gritos: "Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros". Todos "quedaron
limpios", curados; pero,
solo "uno de ellos, al ver que
estaba curado, se volvió alabando a Dios con grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias".
Todos habían experimentado que la
lepra había desaparecido, que aquel
"estigma" que los acompañaba como una "sombra maligna" ya no existía, había desaparecido
totalmente de su cuerpo. ¡Qué regalo tan asombroso habrá sido verse liberados de la lepra! ¡Qué cambio tan
radical ha acontecido en sus vidas! Pero sólo uno de ellos vuelve a quien ha
sido la fuente de tanta alegría, el manantial de donde brotó esa liberación que
lo hace sentirse persona, capaz de convivir con los suyos. Y vuelve alabando a
Dios, "con grandes gritos".
Es necesario que todos sepan que Dios está en el origen de su salvación; que
algo tan maravilloso, como verse libre del muro que lo separaba y excluía, sólo
puede venir de Dios. Y es necesario, imperiosamente necesario, agradecer a Jesús; él es el rostro
visible de la ternura de Dios, de la compasión de Dios, que ha llegado a su
vida; que ha escuchado los gritos del pobre, del excluido, y lo ha liberado de la "lepra", por muy "samaritano"
que fuese.
Este único leproso curado que volvió,
era "un samaritano", un
extranjero excluido, "un mal visto" para los
judíos, "pero" fue el único
que volvió para agradecer a Jesús.
En toda persona existe la
posibilidad de ese "pero" que
es todo lo contrario a lo que constatamos al principio. Tiene esta o aquella
debilidad, tal o cual defecto o conducta negativa, pero... ¡ojo! que también posee un
gran tesoro de bondad, de solidaridad, de amor. Como dicen los que son de
corazón compasivo: "es un pobre
desgraciado...pero ¡tiene una bondad!". Esto es lo que lo acerca a
Jesús, lo que lo lleva a Dios.
Es preciso saber ver y reconocer esta
capacidad de lo nuevo y extraordinario
que existe en las personas. Vemos su "lepra",
sus "estigmas", y no vemos
que en esa persona quizás existe también un "manantial
de bien", un tesoro de fraternidad, un pozo de ternura, un "ex-leproso"... que sabe
agradecer.
Les propongo llevarnos una pregunta
para reflexionar esta semana: Ante el que es criticado, dejado de lado, juzgado
como mala persona... ¿Tiene "otra cara" esta moneda? ¿sabremos ver y
expresar qué brota de bueno de su corazón, ante sus semejantes, ante las
situaciones de dolor o de injusticia, ante la familia, ante la comunidad?
El Apóstol Pablo, que anuncia a
Jesús con tanta fuerza y entusiasmo, como lo vimos en la 2ª Lectura (2ª Timoteo
7,8-13) fue un fanático perseguidor de la Iglesia, como él mismo lo reconoce en
sus Cartas. Pero la gracia del Señor no fue estéril en él y de su corazón brotó
un amor apasionado por Jesús, por el Evangelio y por la salvación de todos los
elegidos.
Aquí en la
Eucaristía, como Naamán, como el leproso extranjero agradecido, también
nosotros volvemos reconociendo que Dios ha sido bueno con nosotros, nos ha
curado muchas lepras, las ha transformado en ocasión para que valoremos más el
amor que él nos tiene, y nos ha llamado para que seamos sus discípulos, a pesar
de nuestras debilidades y de nuestros pecados. La salvación no depende de
nuestro voluntarismo; es gracia, es un don, un regalo que el Señor nos hace.
Por eso, estamos aquí para agradecer,
para cantar nuestro agradecimiento, y "engancharlo" a la Gran Acción
de Gracias de Jesús, que vivió ante el Padre, dando gracias, siempre, hasta "en la noche de su entrega".
Que esta Eucaristía nos anime y
ayude a vivir toda la semana con un corazón agradecido, para con el Señor y
para con todos nuestros hermanos.
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