viernes, 11 de octubre de 2013

Pbro. PANCHO, comenta LA PALABRA

Luego de unos meses sin comunicarse, reaparece el presbítero Dn.PANCHO, nos envía su reflexión, que compartimos con ustedes, principio y fin de nuestro blog.-


"ERA UN SAMARITANO"
 Partimos de la vida.-

Cuántas veces afloran en nuestras conversaciones afirmaciones como ésta: "Uy!...yo conozco a esa persona; es un tipo extraordinario; "buena gente" - como se dice -; simpático, trabajador, responsable, muy leal, pero... tiene tal problema!". Ese "pero" empaña su vida, la enturbia, la empobrece; es como un "estigma" que lo marca irremediablemente;  nunca se lo nombra, pero está allí, como una mampara que crea ese cerco misterioso, que lo separa,  que lo aísla. Ese "pero" pone en "entredicho" todo lo que opinamos de positivo sobre esa persona.

Cada uno de nosotros también tenemos ese "pero", que a veces pesa tanto en nuestra mochila,  nos frena en el camino y nos impide sentirnos felices. Cada uno sabrá ponerle nombre a ese "pero", a  esa realidad o situación, que nos acompaña como una "sombra maligna" y  nos condiciona desde lo más hondo. Será mi carácter; ese defecto o inclinación que solo yo  conozco; tal limitación física;  un hecho de nuestro pasado que estropeó nuestra vida; aquel drama familiar que invadió nuestra existencia, cambiándola radicalmente; aquel accidente o enfermedad, "que nadie quiso para mí y que me llegó mezclada con la vida"...

Nos dejamos iluminar por la Palabra.-

Naamán era un poderoso general sirio... "pero" tenía lepra (1ª Lect. 2 Reyes 5,14-17); pero además era un pagano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido y, por lo mismo, estaba excluido de los beneficios de la salvación.
Con el Salmo 97, hemos proclamado: "El Señor revela a las naciones su salvación"; una salvación que no es exclusiva de Israel y que rompe con los criterios excluyentes que imperaban con respecto a los paganos. Se trata de una salvación que no conoce diferencias de razas ni fronteras; una salvación que, en este caso, llega a quien confió en la palabra del profeta y "bajó al Jordán y se bañó siete veces", como él le había ordenado. Naamán tenía lepra, pero también tenía la capacidad de abrirse a la acción de Dios que  cura, libera y salva, por extraño o sorprendente que sea su modo de manifestarse.

El relato del Evangelio (Lucas 17, 11-19) sintoniza mucho con la experiencia de fe vivida por Naamán. Aquí, son diez los leprosos que piden a gritos: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Todos  "quedaron limpios", curados; pero, solo "uno de ellos, al ver que estaba curado, se volvió alabando a Dios con grandes gritos y se postró  a los pies de Jesús, dándole gracias".
Todos habían experimentado que la lepra había desaparecido, que aquel "estigma" que los acompañaba como una "sombra maligna" ya no existía, había desaparecido totalmente de su cuerpo. ¡Qué regalo tan asombroso habrá sido  verse liberados de la lepra! ¡Qué cambio tan radical ha acontecido en sus vidas!  Pero sólo uno de ellos vuelve a quien ha sido la fuente de tanta alegría, el manantial de donde brotó esa liberación que lo hace sentirse persona, capaz de convivir con los suyos. Y vuelve alabando a Dios, "con grandes gritos". Es necesario que todos sepan que Dios está en el origen de su salvación; que algo tan maravilloso, como verse libre del muro que lo separaba y excluía, sólo puede venir de Dios. Y es necesario, imperiosamente necesario, agradecer a Jesús; él es el rostro visible de la ternura de Dios, de la compasión de Dios, que ha llegado a su vida; que ha escuchado los gritos del pobre, del excluido, y lo ha  liberado de la "lepra", por muy "samaritano" que fuese.
Este único leproso curado que volvió, era "un samaritano", un extranjero  excluido, "un mal visto" para los judíos, "pero" fue el único que volvió para agradecer a Jesús.

En toda persona existe la posibilidad de ese "pero" que es todo lo contrario a lo que constatamos al principio. Tiene esta o aquella debilidad, tal o cual defecto o conducta  negativa, pero... ¡ojo! que también posee un gran tesoro de bondad, de solidaridad, de amor. Como dicen los que son de corazón compasivo: "es un pobre desgraciado...pero ¡tiene una bondad!". Esto es lo que lo acerca a Jesús, lo que lo lleva a Dios.
Es preciso saber ver y reconocer esta capacidad de lo  nuevo y extraordinario que existe en las personas. Vemos su "lepra", sus "estigmas", y no vemos que en esa persona quizás existe también un "manantial de bien", un tesoro de fraternidad, un pozo de ternura, un "ex-leproso"... que sabe agradecer.

Les propongo llevarnos una pregunta para reflexionar esta semana: Ante el que es criticado, dejado de lado, juzgado como mala persona... ¿Tiene "otra cara" esta moneda? ¿sabremos ver y expresar qué brota de bueno de su corazón, ante sus semejantes, ante las situaciones de dolor o de injusticia, ante la familia, ante la comunidad?

El Apóstol Pablo, que anuncia a Jesús con tanta fuerza y entusiasmo, como lo vimos en la 2ª Lectura (2ª Timoteo 7,8-13) fue un fanático perseguidor de la Iglesia, como él mismo lo reconoce en sus Cartas. Pero la gracia del Señor no fue estéril en él y de su corazón brotó un amor apasionado por Jesús, por el Evangelio y por la salvación de todos los elegidos.

Aquí en la Eucaristía, como Naamán, como el leproso extranjero agradecido, también nosotros volvemos reconociendo que Dios ha sido bueno con nosotros, nos ha curado muchas lepras, las ha transformado en ocasión para que valoremos más el amor que él nos tiene, y nos ha llamado para que seamos sus discípulos, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros pecados. La salvación no depende de nuestro voluntarismo; es gracia, es un don, un regalo que el Señor nos hace. Por eso, estamos aquí para agradecer, para cantar nuestro agradecimiento, y "engancharlo" a la Gran Acción de Gracias de Jesús, que vivió ante el Padre, dando gracias, siempre, hasta "en la noche de su entrega".
Que esta Eucaristía nos anime y ayude a vivir toda la semana con un corazón agradecido, para con el Señor y para con todos nuestros hermanos.

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